SÍNDROME DEL
EMPERADOR
(Cuando los
hijos maltratan a los padres)
No son mayores de edad, pero son los verdaderos jefes de la familia. No son
delincuentes comunes, pero pegan, amenazan, roban, agreden psicológicamente.
Son los protagonistas del llamado "síndrome del emperador", un
fenómeno de maltrato de hijos a padres que se ha instalado con fuerza en la
sociedad.
Este tipo de violencia no es nueva, pero en los últimos años su incidencia
se ha disparado: desde el año 2000, los casos de este tipo de maltrato se han
multiplicado por seis. Estos datos podrían reflejar sólo la punta del
iceberg del problema, por la resistencia de los padres a denunciar a sus
propios hijos. Recientemente un caso sacó a la luz pública esta situación
cuando una madre norteamericana rogó a los servicios sociales que se ocuparan
de su hija, cuyo comportamiento violento (golpes, robos, amenazas) ya no era
capaz de resistir. Sin embargo, "éste no es un caso característico,
porque la tendencia de los padres es a encubrir el problema".
En muchos países, el fenómeno se ha tratado durante años y los datos sobre
su incidencia son preocupantes. Un estudio realizado en Estados Unidos
advierte que la violencia (no exclusivamente física) de adolescentes hacia sus
padres tiene una incidencia de entre el 7 y el 18 por ciento en las familias
tradicionales.
¿Qué puede ocurrir en la personalidad de un niño para que llegue a agredir
a sus padres?
Los expertos señalan innumerables causas genéticas, familiares y
ambientales que ayudan al desarrollo de este síndrome.
Un grupo de psicólogos mencionan como razones para que se de este síndrome:
"el abandono de las funciones familiares, la sobreprotección y sobre
exigencia simultáneas, los hábitos familiares determinados por la escasez de
tiempo, la ausencia de autoridad, la permisividad y, sobre todo, la falta de
elementos afectivos, como la calidez en la relación con los hijos. Se les
educa más en otros entornos sociales que en la familia, algo que no ocurría
hace tan sólo dos décadas".
Sin embargo, para otros expertos, aspectos familiares o sociales, como la
permisividad o la ausencia de autoridad, no son suficientes para explicar este
fenómeno. "Un padre excesivamente permisivo tiene como resultado un
hijo caprichoso e irresponsable, pero no un hijo violento. La permisividad
puede echar a perder a un niño (volverse vago, juntarse con malas compañías,
cometer delitos), pero si hay violencia es como resultado de un proceso de
deterioro personal por falta de educación, generalmente al final de la
adolescencia".
Vicente Garrido Genovés, psicólogo criminalista y autor de Los hijos
tiranos, considera que el síndrome del emperador se da en niños que "son
incapaces de desarrollar emociones morales (como la empatía, el amor o la
compasión), lo que se traduce en dificultad para mostrar culpa y
arrepentimiento sincero por las malas acciones". Igualmente
asegura, que el "síndrome del emperador" tiene causas tanto
biológicas (dificultad para desarrollar emociones morales y conciencia) como
sociológicas, ya que, en la actualidad, "se desprestigia el sentimiento de
culpa y se alienta la gratificación inmediata y el hedonismo.
"La familia y la escuela han perdido la capacidad de educación, y esto
favorece que chicos con esta predisposición, que antes eran mantenidos por la
sociedad, ahora tengan mucha más facilidad para exhibir la
violencia".
Carlos Peiró coincide en que el elemento decisivo son "las carencias
más o menos claras en la adquisición de competencias personales",
agudizado por el hecho de que "el hijo ideal de los padres está en franca
contradicción con los hijos sociales ideales definidos por la sociedad de
consumo".
La importancia de los medios en este factor es clave: "La televisión
enseña valores muy hedonistas y consumistas -apunta Garrido-, y dificulta el
aprendizaje del autocontrol, es decir, la capacidad de esforzarse por renunciar
a cosas inadecuadas y para perseguir metas que requieren esfuerzos. Los
hijos tiranos ven en los medios muchas conductas y metas que son coincidentes
con lo que ellos desean: pasarlo bien y hacer lo que quieran sin que nadie les
obstaculice".
Lo que para muchos es una falta de disciplina que se soluciona con un
"llamado de atención a tiempo", es, sin embargo, un problema mucho
más profundo que exige "ayudar a que el niño desarrolle una conciencia
sólida; y esto se logra aplicando castigos razonables, pero firmes, y
explicando las razones morales y prácticas que supone su mala acción.
Las madres, principales víctimas: Los escasos estudios realizados en el
mundo sobre este fenómeno no permiten elaborar un perfil exacto de las familias
que acogen a un niño o joven con el "síndrome del emperador". Sin
embargo, los expertos coinciden en que en "la mayoría de los casos se da
en madres que vuelven a tener otra pareja". Estas madres
generalmente son las víctimas contra quien se produce este tipo de violencia, y
principalmente reciben agresiones físicas, aunque también son habituales las
verbales.
En algunos casos la intimidación se produce con un cuchillo o un arma
similar.
Otra característica del "síndrome del emperador" es que esta
violencia familiar tiene una incidencia sensiblemente superior en hijos
adoptados frente a los biológicos. No suelen tener antecedentes
delictivos.
Cómo detectar un
"emperador" en casa:
Muestran incapacidad para desarrollar emociones morales (empatía, amor,
compasión, etcétera) auténticas. Esto se traduce en muchas dificultades para
mostrar culpa y arrepentimiento sincero por las malas acciones.
Muestran incapacidad para aprender de los errores y de los castigos.
Ante la desesperación de los padres, no parece que sirvan regaños y
conversaciones, él busca su propio beneficio, parece guiado por un gran
egocentrismo.
Tienen conductas habituales de desafío, mentiras e incluso actos crueles
hacia hermanos y amistades.
Cómo enfrentarse al síndrome:
Los padres deben desarrollar de manera intencionada y sistemática las
emociones morales y la conciencia de los hijos, dándoles oportunidades para que
practiquen actos altruistas y que extraigan lecciones morales.
Los padres deben establecer límites firmes que no toleren la violencia y el
engaño.
Los padres deben prestarles ayuda a sus hijos para que desarrollen
habilidades no violentas que satisfagan su gran ego.