lunes, 21 de febrero de 2011

Dios no es cobrador de impuestos.

Dios no es Cobrador de Impuestos

Vio a Leví, hijo de Alfeo, sentado al banco de los tributos públicos,
y le dijo: Sígueme. Y levantándose le siguió.
Aconteció que estando Jesús a la mesa en casa de él,
muchos publicanos y pecadores estaban también a la mesa
juntamente con Jesús y sus discípulos;
porque había muchos que le habían seguido.
y los escribas y los fariseos, viéndole comer
con los publicanos y con los pecadores, dijeron a los discípulos:
¿Qué es esto, que Él come y bebe con los publicanos y pecadores?
Al oír esto Jesús, les dijo:
Los sanos no tienen necesidad de médico, sino los enfermos.
No he venido a llamar a justos, sino a pecadores.
Mr. 2:14-17 (Mt. 9:9-13; Lc. 5:27-52).
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ESQUEMA

1. Un oficio muy mal visto.

2. La plaza vacante pronto quedó ocupada.

3. Analfabetos a pesar de los doctorados.

4. ¿Qué tributos exige Dios?

5. Dimitir de la secta de los separados.

CONTENIDO

La profesión de cobrador de impuestos era una de las más deshonrosas que existían en los tiempos de Jesús. La realizaban ciertos judíos que exigían el pago de los diversos gravámenes que Roma había impuesto sobre las diferentes regiones de Palestina. Se encargaban de cobrar las comisiones sobre la renta y el patrimonio de las personas y dependían de las fuerzas romanas de ocupación. Eran los funcionarios de hacienda de aquellos tiempos.

1. Un oficio muy mal visto.

Las personas que se dedicaban a estos menesteres estaban muy mal vistas, no sólo por el hecho de ser recaudadores de impuestos, actividad que no suele gustar a nadie, sea del país o de la época que sea, sino sobre todo por tres razones muy significativas: ser colaboracionistas, ya que actuaban como verdaderos colonos de Roma; ser corruptos y faltos de escrúpulos, ya que podían practicar toda clase de abusos y extorsiones; y, lo peor de todo, ser impuros según la religión hebrea, ya que estaban en continuo contacto con paganos y gentiles. Se trataba, por tanto, de un oficio despreciado, pero, a la vez, muy ambicionado por gentes sin escrúpulos, ya que solía proporcionar buenos ingresos a quienes lo ejercían.

2. La plaza vacante pronto quedó ocupada.

Jesús vio a Leví cobrando impuestos y le dijo: ¡Sígueme! Esto equivalía a decirle: “Hazte discípulo mío, olvídate de tu trabajo, de tu fuente de ingresos, renuncia a tu vida de comodidad y bienestar, apuesta por otros valores”. El texto dice que aquel cobrador, levantándose, le siguió y añade que lo dejó todo. Hay que tener en cuenta que en este caso, seguir a Jesús, tenía dificultades añadidas. Mientras para un pescador podía ser fácil volver a sus redes y a sus barcas, para un recaudador de impuestos la pérdida del oficio era irremediable, porque había muchos hombres egoístas dispuestos a cubrir su plaza. Esto impedía que, en caso de arrepentirse de su decisión, pudiera recuperar de nuevo su trabajo.

Pero Jesús no quiere a Leví para sentarlo en otro mostrador y que siga recaudando por cuenta del Padre que está en los cielos) no lo transforma en un experto “negociante de Dios”. Pedro y Andrés, así como Santiago y Juan, pasarán de pescadores de peces a “pescadores de hombres”, pero Leví no es transformado en recaudador de los impuestos debidos a Dios. De ahora en adelante tendrá que aprender a dar, no a recaudar, porque el reino de Dios se ofrece gratuitamente y no hay necesidad de que nadie pague peaje.

No es sólo Leví quien es arrancado del mostrador de los impuestos: Jesús quita al mismo Dios de ese mostrador, donde le había colocado una cierta mentalidad religiosa. El significado de la vocación de Leví es también este: Dios no es un cobrador de impuestos. Jesús no ha venido para recaudar impuestos a nadie. No es posible comprar el amor de Dios con dinero o con la ofrenda de dos tórtolas. No hay impuestos divinos que pagar, únicamente hay que dejarse amar y ser capaces a la vez del don de la caridad.

Desgraciadamente, el sitio que dejó libre Leví, otros corrieron a ocuparlo. El publicano dejó de ser un empleado sedentario y se hizo itinerante como el propio Cristo. Otros, por el contrario, descubrieron la mentalidad del oficinista. Esa especie de burocracia del sedentarismo religioso que confunde aquella llamada: sígueme, con esta otra: “siéntate”. Para muchos profesionales religiosos seguir a Jesús se ha convertido sólo en papeleo y burocracia de oficina. Sin embargo, Leví, cuando conoció el amor, dejó inmediatamente de hacer cálculos y cerró definitivamente sus libros de contabilidad. No como los escribas y fariseos de su época, que eran especialistas en hacer cuentas, en cobrar impuestos, en imponer duros gravámenes religiosos, en cargar tributos de diverso tipo en nombre de Dios. ¡Cuántos recaudadores religiosos se han enriquecido económicamente a lo largo de la Historia usando el nombre de Dios y la ingenuidad de las criaturas! Leví nos muestra con su actitud que hay una incompatibilidad fundamental entre el “seguir” a Cristo y el “quedarse sentado” cada uno en su sitio, entre el Evangelio puro y la escribanía o la contabilidad fría del profesional religioso.

3. Analfabetos, a pesar de los doctorados.

El texto de Lucas dice que Leví ofreció a Jesús un gran banquete en su casa. Siempre se tiende a relacionar a Jesús con los pobres y no con los ricos, pero aquí el anfitrión es un judío acomodado y, sin embargo, el Maestro no declinó la invitación, sino que la aceptó gustoso. Por supuesto, el centro de atención de aquel banquete era Jesucristo. Aunque no estaba en su propia casa, Cristo se encuentra siempre en su casa, con tal que estén aquellos a quienes él busca: publicanos, pecadores y discípulos.

Obsérvese lo que ocurre fuera de la casa; había también otras personas: estaban los religiosos, los escribas, los fariseos y ciertos doctores de la ley que murmuraban: ¿Qué es esto, que Él come y bebe con los publicanos y pecadores? ¡Cómo puede un rabino judío juntarse con gente de esta ralea! ¡Con proscritos! ¡Con esa gentuza que no conoce la ley ni sigue la pureza alimentaria! ¡Con los “sin-ley”, “im-píos”, “sin-Dios”, “a-teos”, “in-fieles”!

La clase social de los escribas estaba formada por laicos estudiosos de la ley. Eran teólogos y juristas, muchos de los cuales compartían la tendencia farisea que les llevaba a un fanatismo intransigente. Por su parte, los fariseos eran los “separados” que, en nombre de la pureza de la fe, rechazaban cualquier contacto con costumbres, hábitos y filosofías paganas. Su carácter religioso-separatista se basaba en el texto de Levítico (10:10): … discernir entre lo santo y lo profano. y entre lo inmundo y lo limpio. Pues bien, estos individuos no estaban adentro con Jesús en el banquete, sino fuera porque no deseaban contaminarse. Observaban desde lejos pero no querían mezclarse con la atmósfera del banquete. Veían las cosas a distancia, encerrados en su mundo. Eran prisioneros de sus propias perspectivas. Tenían una especie de miedo visceral al contagio y concebían la salvación como segregación o separación.

A diferencia de ellos, el Señor Jesús no creaba distancias sino que se acercaba siempre a la condición humana. En contraste con la idea farisea de la “salvación por separación”, Jesús ofrece un nuevo principio de “salvación por asociación». Leví, el recaudador proscrito, es llamado a la asociación con los seguidores de Cristo: quienes más tarde formarían la futura Iglesia. Por eso la comunidad cristiana debe tener un carácter inclusivo, que es lo contrario de exclusivo. Debe ser una comunidad asociativa, donde se reúna a las gentes de la más diversa procedencia étnica.) cultural, económica y social.

Esto fue una gran revolución entre los religiosos de aquellos días) y me temo que también entre muchos religiosos de hoy día lo sigue siendo. Observemos la diferencia que hay entre la actitud de Jesús y la de los seguidores de Juan el Bautista. Éstos practicaban, por ejemplo, el ayuno y el alejamiento de la sociedad, se iban al desierto, se apartaban; Jesús y sus seguidores tienen, por el contrario, un comportamiento muy diferente. El Maestro no suele convocar la gente al desierto, sino que va a buscarla a los pueblos de Galilea y a la ciudad de Jerusalén. Cristo no funda una secta separada, sino que se dirige a todo el pueblo de Israel, a todo el mundo, y no se expresa mediante ayunos, sino en comidas o banquetes con toda clase de personas.

Este nuevo principio del Maestro escandaliza a los religiosos de su tiempo y hace que su Dios se derrumbe. No quieren aceptar que Jesús se siente a la mesa de los pecadores, porque eso desmiente la idea que ellos tienen de Dios. Prefieren creer en una divinidad que se complazca sólo de la compañía de los buenos. Un Dios hecho a la propia imagen de los fariseos, al que le habrían impuesto sus gustos, sus repugnancias, su sectarismo, sus discriminaciones y hasta sus sentimientos. Ellos quisieran ordenarle a Dios que curase sólo a los sanos y no a los enfermos, porque estos últimos no se lo merecen. Los escribas y fariseos son los campeones de una religión sin misericordia.

Podemos saber tantas cosas en materia religiosa, incluso podemos ser muy buenos para enseñarlas a otros, pero mientras no hayamos aprendido misericordia, debemos convencernos de que no sabernos absolutamente nada. Los títulos universitarios de los expertos en materia religiosa están vigentes y en regla delante de Dios, sólo si uno ha estudiado y obtenido ese título en la escuela de la misericordia; si tiene los rasgos de la compasión y del amor al prójimo grabados en el rostro y en el corazón. Uno está autorizado a hablar en el nombre de Dios, sólo si en su vida se expresa en el lenguaje de la misericordia. Ante los ojos del Señor queda uno como un analfabeto en cristianismo si no aprende a leer, escribir, hablar y actuar en términos de humildad y misericordia. Miles de libros leídos y estudiados no valen nada en comparación con una simple línea, si esa línea es la predilecta de Jesús. Como aquellas palabras de Dios a que se refiere el profeta Oseas (6:6): Misericordia quiero y no sacrificios.

4. ¿Qué tributos exige Dios?

El punto central de esta narración del evangelista Marcos es el versículo 17: Los sanos no tienen necesidad de médico sino los enfermos. Jesús no pronunció estas palabras en una sinagoga, ni en un templo o en el aula de ninguna universidad, sino en un ruidoso comedor, repleto de pecadores y de gente de pésima fama. Gente que no tenía problemas en reconocer su situación personal.

Vamos a aplicarnos el texto: una Iglesia que no se reconoce pecadora, que cuando habla de pecados se refiere siempre, y exclusivamente, a los pecados de los demás, jamás a los propios, no aprenderá y no transmitirá eficazmente la misericordia de Dios. Para saber y enseñar qué es la misericordia, es necesario haberla experimentado, y para experimentarla, hay que admitir que se tiene necesidad de ella.

Los dos únicos tributos que Dios exige son: la fe y el amor. La fe es el acto de culto perfecto que Dios tiene en cuenta. Dios no va a controlar los cepillos de las ofrendas y tampoco se pone contento porque la Iglesia esté llena de gente. Por favor, no digamos que el número de los participantes o la generosidad de las ofrendas, son una señal de fe o el “termómetro espiritual” de la Iglesia. Pueden ser signo de fe solamente cuando la fe existe de verdad. De todos modos, la fe no se mide con ese metro ni con esos criterios. No quiero decir que no haya que ofrendar o que la generosidad no sea algo bueno y deseado por Dios. No estamos hablando de eso.

Dios “acredita” haciendo otros cálculos. Precisamente, en el texto que tratamos, Jesús pone los ojos sobre un contable, para pedirle que deje el mostrador y se olvide de los números. Al Señor le interesa más ocuparse de las personas y acostumbrarlas a pagar con las monedas de la fe y el amor, que son las únicas que tienen curso legal en el reino de los cielos.

5. Dimitir de la secta de los separados.

Cuando Jesús dice que no ha venido a llamar a los justos sino a los pecadores, no es que excluya a los justos, estos ya se autoexcluyen en la medida en que se convencen de que no tienen necesidad de médico y rechazan la solidaridad con los pecadores. Delante de Dios hay una característica común que iguala a todas las personas: su necesidad de Él. Eso es lo que se llama la conversión personal. ¿Tengo necesidad de Él, o creo estar sano? ¿Me siento comensal con Jesús? ¿Qué necesito: un certificado de buena salud o la curación real? Si sólo quiero el certificado, quizá tengo bastante con venir a la iglesia, con acompañar a mis padres, a mi novia, a mi amigo, a mi esposa, a mi marido o a mis hijos. Me conformo con la religión externa, pero en realidad me encuentro fuera del banquete, mirando como los demás comen. Pero si lo que quiero es la curación completa, si realmente tengo necesidad de él, entonces debo convertirme de verdad, tengo que entrar en el banquete y empezar a comer. He de abandonar la “secta de los separados” para sentarme en la mesa con los otros, con los que están adentro comiendo con Jesús.

Ser pecador es no haber orientado la vida según la voluntad de Dios. Lo que implica que te falta algo esencial para tu existencia humana. La conversión es, por tanto, un cambio de mentalidad, una reorientación de la vida, una reforma que nace del arrepentimiento.

A Leví le bastó una sola palabra de Jesús: ¡Sígueme!, y lo dejó todo, se levantó y le siguió. Pero cada conversión es diferente. Dios puede llamar de múltiples maneras distintas. Quizás a ti te esté llamando ahora. Es posible que hayas venido por curiosidad o para acampanar a alguien, porque te gusta la música, por la amistad o la relación con alguien que te ha invitado, pero de todos modos, y sin esperarlo, estás también invitado al banquete y, si tú quieres, puedes empezar a comer.

El resultado inmediato de la conversión de Leví fue la alegría, la celebración, el banquete, la fiesta con los amigos y con el propio Jesús, quien dijo que hay gozo en el cielo cuando un pecador se arrepiente (Lc. 15:10).

¡Si aceptas a Jesucristo como tu salvador personal, háznoslo saber y no sólo habrá gozo en el cielo, sino también en nuestros corazones!

Bendiciones hay de Dios para tu vida.

www.franciscojosemartinezg.blogspot.com

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