Un gran problema.
El maestro neurocirujano tiene trepanado el cráneo de un sujeto
mientras enseña a un grupo de 6 alumnos avanzados las sutiles técnicas para
abordar el cerebro humano, ninguno de ellos todavía ha tenido la oportunidad de
intervenir a un paciente vivo, aunque, por supuesto, han estado presentes ya en
varios procedimientos y asistido en algunos.
A media cirugía, entra al hospital por la puerta de urgencias una mujer
accidentada con severo traumatismo en la cabeza, por azares del destino, el
único médico disponible para atender dicho episodio es el viejo maestro, pero
cómo ya lo cite, se encuentra operando a otra persona. Se ve en la disyuntiva
de escoger a uno de sus 6 alumnos para que se quede a cargo de la cirugía que
está en proceso para poder, con toda prontitud, destinarse a atender la
urgencia. Respira profundo, hace una pausa profunda acompañada del escaneo de
los ojos de cada uno de sus 6 discípulos y en 3 segundos, (que parecieran
largos como el bambú), simplemente comienza a quitarse los guantes mientras
dice con toda seguridad dirigiéndose a uno de ellos…. “Doctor Guzmán”, se queda
usted a cargo, ustedes dos acompáñenme, los demás asistan a Guzmán, ni bien
acaba de decir tal sentencia la puerta del quirófano se cierra abruptamente en
su espalda dejando congelado al joven Guzmán y a sus tres asistentes, pálidos,
apanicados, sorprendidos y con la cabeza abierta de un ser humano cuya vida
pende de sus manos y de todo el conocimiento que hasta ese momento han
acumulado.
Con seguridad el joven Guzmán encuentra una discreta voz en su propia
cabeza: ¿por qué a mí?, ¡este maestro me odia… mira nada más el problema en el
que me ha metido y sin previo aviso! Lo maravilloso es que casi sin darse
cuenta, mientras estas voces surgen de la inseguridad de su mente consciente,
sus manos, más conectadas a su paciente y a las horas y horas de práctica y
laboratorios, parecieran moverse con todo control y dominio de la situación.
Son las manos de un cirujano, no, son las manos de un neurocirujano.
Estimado lector…. Seguro alcanzas a vislumbrar lo que en la descripción
del caso verdaderamente está sucediendo. ¿Por qué Guzmán?, ¿Por qué no otro de
los 5 alumnos?, ¿Por qué con tanta seguridad por parte del maestro con tal
arrojo de templanza?
La respuesta es obvia a los ojos de todos (excepto a los de Guzmán por
supuesto). Si fueras tú, estimado lector, si fueras tú el maestro
neurocirujano, ¿a quién escogerías para dejar la vida del paciente en sus
manos? La respuesta evidente e inmediata vaya, casi sin pensar sería “al mejor
Helios”, claro que no hay que ser demasiado letrado para asumir dicha decisión.
Se escoge al mejor, al que el
maestro considerara que tiene todas las capacidades, elementos, conocimientos,
prestancia y capacidad para salvar la vida del paciente y llevar el problema a
buen puerto.
Pues bien, ahora imagina que Dios, aquél en el que tú creas fuera el
sagaz maestro neurocirujano, y tú el nervioso alumno.
No crees que realmente con su infinita sabiduría cada vez que Dios deja
problema en tus manos…. ¿Será porque ÉL considera que eres la mejor opción para
enfrentarlo y solucionarlo? ¿No será que tenemos exactamente los problemas que
nuestras capacidades rebasan?
Por supuesto que, como en el caso de Guzmán, sentimos que nuestros
maestros nos odian, que la vida es injusta o que los Dioses nos tienen mala
voluntad cuando llegan a nuestra vida “graves problemas”, pero estos
pensamientos están en nuestro consciente… más allá, en nuestro inconsciente y
en nuestros dedos, tenemos horas de conocimiento, habilidad, criterio y
templanza para enfrentar y solucionar el problema en cuestión, y es cuando
entendemos que el maestro realmente no solo no odia al alumno, sino que en
verdad lo ama, al solucionar el problema, mientras más grande sea, el alumno
acumula mayores conocimientos, capacidades y seguridad en sí mismo, lo que al
mismo tiempo lo habilitará para solucionar problemas aún más grandes en el
futuro.
Es una espiral de crecimiento constante, cada hoy nos prepara para los siguientes mañanas. Entró al quirófano como alumno… y salió como doctor.
Es una espiral de crecimiento constante, cada hoy nos prepara para los siguientes mañanas. Entró al quirófano como alumno… y salió como doctor.
El maestro corre el riesgo, por supuesto, de una decisión equivocada,
lo que puede incluso costar la vida de un paciente, pero sabe, confía en que el
corazón del alumno, y su enfoque salvará la situación al tiempo que engrandece
su historia.
¿Tienes grandes problemas en tu vida?, ¿tan grandes que te abruman y
activan esas voces de inseguridad en tu cabeza?, tranquilo… “eres la mejor
opción de Dios para encomendarte tal hazaña”
Piensa, Reflexiona y Actúa…
Bendiciones de Dios y actúa con carácter.
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